miércoles, 17 de julio de 2013

París- Barcelona-Pasto

París, Bogotá, Barcelona, Bogotá, Pasto. Ha sido un largo periplo, con una gran cantidad de ciudades, tiquetes, buses, trenes. Muchos kilómetros y aún no entiendo si alguna vez deje un lugar. Tampoco siento que haya pertenecido a ninguno.  Me siento como un antagonista y el único lugar en que me he sentido parte de los otros, era el lugar de una lengua completamente desconocida, una hermosa traducción siempre me acompaño construyendo esa realidad. Me da miedo pensar que si aprendiese el idioma todo podría adquirir ese tono gris que acompaña cada uno de mis pasos. Acuso de esta sensación a los otros, a mi propia autorreflexión, mi cabeza que no se calla y no para de emitir juicios de valor. Seguramente necesito suspender ese terrible hábito, que en una mentirosa humildad solo me lleva a la construcción arrogante de un yo, un yo imposible de articularse a algo, un yo que me encierra, quisiera lograr diluirme en el mundo. ser jaguar, mariposa, laguna. Estar cobijada bajo el dulce manto de la inconsciencia, no ser, dejar este impulso por la autocreación. Simplemente dejarse ir.
Ante el desarraigo y la soledad me he convertido en mi único territorio. Me he convertido en una masa impenetrable, un pedazo de cuero duro y roído. Al mismo tiempo siento el mundo dentro de mí. Siento su belleza, su calor, lo observo. Simplemente contemplo. El mundo aparece ante mí, bello, frío, seductor.  No lo dejo tocarme.  Trae el mundo a mí, el calor, el amor. No dejes que nos invada el frío amor.

Escribir para no sentirse inútil, inadecuado, alejado. Escribir para escribir mas. Escribir para seguir escribiendo. Escribir para callar. Escribir para excusar el silencio, para excusar la soledad y el aislamiento.  Escribir para contemplar. Unas palabras para el ojo. Escribir para esconderse. Escribir para afirmarse, para continuar empecinado en existir. Escribir para cesar esta existencia e imaginar otras. Escribir imaginando existencias múltiples. Escribir con la garra del jaguar, escribir con el vuelo de la mariposa, palabras y recorridos, formas que se crean en el batir de alas. Seguir el recorrido del jaguar, ver los signos inequívocos de su recorrido. Volar con alas de mariposa , convertirse en viento, seguir los pasos del jaguar, convertirse en huella. ser el limite entre la pata del jaguar, el barro y la hierba. Crecer por la mitad, en medio del río con las pirañas, carne devorada, sangre, agua. Nacer continuamente para no dejar de morir. Nacer cada instante en una nueva forma. Morir para no tener compromisos con la vida. Morir todo el tiempo y liberarse de la vida. Liberarse de los cuerpos y las formas. No ser, siendo.  Nacer, cambiar de forma. Libélula. Escarabajo. Flor. Luna. Estrella. Nacer, nacer, nacer. El momento anterior a la forma. Indecisión. Fluir con el deseo de la creación para llegar hasta la próxima vida, hasta la próxima forma.

Arturo ha muerto.

arturo ha muerto, sus gusanos finalmente lo han devorado, ahora nace flor. 

Habeas corpus. La experiencia del cuerpo contemporáneo: una imagen especular

Habeas corpus. La experiencia del cuerpo contemporáneo: una imagen especular.
Este escrito se propone recoger impresiones, sentimientos, sensaciones y pensamientos que fueron suscitados por la exposición Habeas Corpus. Los curadores llevaron nuestra mirada por el barroco colonial, por los registros fotográficos médicos de finales del siglo XIX, por el lugar del cuerpo en la tradición cristiana de la que somos herederos, por la violencia y la consolidación de la nación Colombiana. Lenguas, cabezas, ojos, brazos, fragmentos diseminados de un cuerpo. De un fragmento que cobra un sentido como alegoría, como metáfora, como secuencia significante en un discurso que lo sobrepasa.
“La primitiva tradición cristiana veneró el cuerpo del santo después de su muerte, su posesión se consideraba un premio honorífico otorgado por Dios. La importancia de tal veneración radicaba en que el cuerpo de un santo virtuoso era un receptáculo de lo sagrado, y, por su mediación, el santo que lo había habitado continuaba haciendo milagros. El barroco acrecentó su culto de manera tan radical que legó la costumbre a la identidad de las nacientes naciones del siglo XIX: las reliquias de los santos fueron reemplazadas por las reliquias de los padres de la patria. Sus huellas corporales se convirtieron en marcas de identidad frente a las cuales la nación se regeneraba a sí misma”[1]
Es justamente la marca de identidad la que hace que el cuerpo desaparezca, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, fórmula de Karl Marx que no deja de tener vigencia, sobretodo si nos preguntamos por el cuerpo de hoy. Un cuerpo exhibido, mostrado tantas veces, visto tantas más.
¿Dónde hallar un cuerpo escondido, cubierto, misterioso, hoy en día; o mejor, dónde está la carne – o la carne y el alma- de este cuerpo? El cuerpo de hoy está sometido a múltiples dispositivos de epistemologización, él sicoanalizado, diseccionado, explicado. El cuerpo  y su espíritu han devenido objeto de análisis,  objeto de la mirada interior, el régimen de la exhibición vale, incluso, para la propia subjetividad. El cuerpo es el espacio de la entropía. Cuerpo narciso. Cuerpo solitario. El cuerpo pareciera ser  la unidad mínima social y el yo su sustancia última. Sustancia que resiste de modo egoísta, que  afirma el orden y que se afirma a través de discursos. Casi tantos discursos como cuerpos posibles. Tantos discursos como deseos. El espacio del consumo, del consumo del yo, de la creación a la carta de una identidad. El cuerpo dotado de identidad. Sujeto, como explica Foucault, a una verdad, a la verdad de sí.

Significaciones, ríos de significaciones atraviesan células, músculos y fluidos.  La obligación contemporánea consiste,  entonces, en sentir,  en expresarse, en disfrutar. Cuerpo castigado, cuerpo observado, cuerpo explotado. Cuerpo observado por sí mismo para ser castigado por diversas faltas: el cuerpo que busca ser purificado del pecado original, el cuerpo liposuccionado que debe dar placer, el cuerpo que es natural gracias a una serie de prácticas como el yoga o el vegetarianismo, el cuerpo con tatuajes y piercings, el cuerpo mutilado. Tantos cuerpos como discursos. Cuerpo especializado, cuerpo producto de la producción industrial.
Conocemos cada vez más nuestro cuerpo, cada vez hay más cámaras que van más adentro. Sin embargo, no hay seguridad, cada vez hay más miedo. A la muerte, a la enfermedad, a la fealdad. El caos es inminente, el caos celular,  una célula recalcitrante es suficiente para invadir nuestros cuerpos de cáncer o de vejez o de fealdad. Técnicas y prácticas circulan y envuelven estos cuerpos. La elevación de la vida como valor supremo de la cultura occidental es un conjuro para la muerte. Para la muerte del cuerpo. Conjuro para la muerte del cuerpo social. Este cuerpo molecular, nanotecnológico, especializado, revela a gritos la posibilidad latente de la muerte. No queremos morir. Cada célula debe, entonces, ser controlada, conocida, estudiada. Nos desintegramos en partículas sub- atómicas, nuestro cuerpo se disuelve y se convierte en mano, pie, cabeza. La preocupación contemporánea por el cuerpo revela que tan desposeídos estamos de nuestro propio cuerpo.
Un cuerpo extraño, extranjero, alienado. Un cuerpo que produce miedo, placer, lujuria para alguien lejano, para un inalcanzable, para ese del discurso, para ese que pareciera tomar el lugar del patrón en la producción industrial. Un cuerpo que se siente molesto, un cuerpo deforme, un cuerpo que se convierte para la producción en brazos, o en piernas, o en senos. Un cuerpo que deviene fragmento. Y que sólo a partir de allí, de su fragmentación puede articularse a otros cuerpos igualmente fragmentados. Como un gigantesco puzzle, algunos cumplen la función de ser brazos, otros cumplen la función de ser cerebros, finalmente se conforma el todo social. Un conjunto de fragmentos construyen un cuerpo, el cuerpo social.
El deseo extrañado, lejano, alienado. En el barroco este cuerpo pertenece a un mundo escatológico, cuerpo aún cobijado por una promesa, la promesa de la redención.  El cuerpo de la república pertenece al mundo de las utopías que suscitó un nuevo mundo, un cuerpo que realizaría los sueños de Europa, un cuerpo aún cobijado por una promesa, la promesa de la libertad y el orden. El cuerpo hoy se ha librado de una promesa trascendente, el cuerpo hoy está más acá que nunca, no obstante, está fuera, lejos. Como un objetivo a alcanzar, como una meta a la cuál llegar, se trabaja para ser un cuerpo, un yo, un yo completo y significado. Cuerpo libre de los imperativos religiosos y políticos de antaño. Un cuerpo libre por y para el mercado.
Ahora, el imperativo –tal como lo señala Baudrillard- es el disfrute, vivimos en la era de la fun morality. Debo disfrutar de mi cuerpo. De mi cuerpo que se observa disfrutándose. Es en está escisión del yo donde se construye el orden social. Es esta grieta, esta zanja, entre mi experiencia del yo y mi idea del yo dónde se juega la batalla. Batalla dulce, batalla sutil. La batalla de un deseo que se debate entre un objeto y un fluir constante. El cuerpo asociado a objetos culturales, a significaciones, a identidades, a lo que debo ser, a lo que debo ser consumiendo. Cuerpo encerrado por la obligación de decidir. Cuerpo atado por la obstinación de la propia libertad. La libertad del mercado para elegir quién soy yo. Cuerpo que desea revistas de cómic, publicaciones indexadas, revistas porno, libros budistas. Poco importa, lo importante es elegir ese yo, que es comparable a la idea de Dios judeo cristiana, en tanto exterior, trascendente, una idea regulativa y fundacional que crea jerarquizaciones, prácticas, discursos y experiencias, en ocasiones, fantasmas.
Yo ideal, yo práctico,  pensemos es la persona jurídica, ese yo detentador de derechos y deberes. Ese yo que cede una porción de su soberanía al Leviatán a cambio de seguridad. Ese yo que se disloca entre lo público y lo privado. Ese yo que entiende claramente ese límite. Un yo reservado para lo privado. Un yo que se constituye en el espacio privado, el mercado se constituye, entonces, como el refugio último del yo. El yo que expresa su ser público escindido de los otros, ese yo que vota solo en un cubículo, ese yo que paga impuestos, ese yo de la cédula de ciudadanía. El yo público ha sido, también, protegido bajo el ala del mercado. El yo que tiene miedo a desaparecer, el miedo que no hace más que constatar esta ausencia. El yo que se persigue infinitamente a sí mismo. El yo que nunca se encuentra. El yo perdido, confundido, enredado entre tantas ilaciones discursivas. El yo que debe dar cuenta de sí, de su verdad, de sus acciones frente a sí mismo como su principal público. Un yo que hace publicidad de sí mismo para su alter ego. El yo que está afuera y que es novedoso, fresco, fabuloso.
El yo que va a vacaciones en un plan todo pago, el yo que desayuna un buffet en un resort, el yo que se pone bronceador y se extiende en la playa, un yo que se muestra siendo yo, sin poseerse completamente, un yo trascendente. Un yo a la medida del resort todo pago, un yo cuya superficie es aséptica, higiénica, un yo perfectamente delimitado, el yo coherente, el yo despreocupado, el yo producto del espacio limpio, ordenado y calculado. El yo que responde perfectamente a los espacios que han sido diseñados para él. El yo en un confesionario es un yo piadoso y arrepentido. El yo en el trabajo es un  yo dedicado, ascético, productivo, que trabaja bien en equipo. Un cuerpo que pierde su humanidad en su constante reafirmación, en su constante búsqueda, en su hiperinflación. Cuerpo exhibido, cuerpo espectáculo para el placer del , del trascendente, homogéneo y deshumanizado; un insatisfecho, un que ocupa el lugar del padre castrador, del juez o del consejero. Un quebrado, un  que cede, un >yo> que se rompe como un elástico que no soporta más presión.
Se abre, entonces, la grieta entre el yo trascendente y aquello que no se ajusta al régimen del yo. Tal como la amenaza de la célula cancerigena, del cuerpo que desde dentro se destruye. La subversión molecular, peor aún que el virus o el Otro, porque justamente es la trascendencia la que se pone en cuestión. Entonces vemos que los  cuerpos chocan, que los cuerpos se golpean, que los cuerpos pierden su contorno, su límite, que los brazos ya no poseen un único dueño. Los cuerpos que chocan, dan cuenta de esa realidad naive, ingenua, insiginificada, insignificante.
El horror vacui ha llenado el cuerpo de significados, curiosamente, el cuerpo se ha perdido a fuerza de designaciones, signos y palabras. Entre tanto está allí desnudo, chocándose con otros cuerpos, siguiendo las leyes de la naturaleza que también hemos olvidado en medio de los discursos y las identidades.



[1] Guía de estudio 93, Exposición Habeas corpus: que tengas (un) cuerpo para exponer